martes, 14 de octubre de 2014

Divina trinidad.


Llevo muchos años leyendo e intentando aprender sobre cómo llegar al equilibrio entre mi cuerpo, mi espíritu y mi mente. Llevo muchos años porque no ha sido fácil, porque siempre encontré nuevas cosas que aprender, porque la vida es tan activa que siempre tiene retos que mostrarte día a día y lo mejor que puedes hacer es acoger eso y cultivarlo hasta que crezca. Pero en regar está el truco.

He crecido espirutalmente de muchas formas, me he permitido acercarme de una forma más tranquila hacia Dios, sin tanto fanatismo y adoración que no tiene razón para mí. En pocas palabras, encontré una forma razonable en la Fe. Pero también necesitaba equilibrar mi espíritu. Y entender que mi mente tiene el mayor control de todo. Fue impresionante. Cuando entendí esta divina trinidad se abrieron mis ojos, mi alma, mi todo. Empezó a aparecer con claridad el camino de estabilidad que hace tanto tiempo estaba pidiendo a gritos.

Es necesario, ahora, mantener todos los pensamientos positivos, aunque también permitirme sentir lo que mi ser siente pero sin dejar al ego exagerar en el drama. El drama está afuera, no está permitido.

Y bueno, por otro lado, la necesidad de organizar y poner un plan de vida surgió y ello significa un paso más hacia la libertad e independencia que tanto aspiro tener algún día. Porque más que independencia monetaria, comprendí que es más urgente sentirse libre internamente, con la serenidad y confianza de que se puede seguir apesar de los obstáculos.

jueves, 21 de agosto de 2014

Mi solitude.

En este par de días he descubierto ciertas cosas que no debo jamás olvidar y que me obligué a publicar.

La primera de ella es que cada instante que paso en soledad lo atesoro y anhelo el siguiente. Tampoco es algo que quisiera que durara para siempre, pero sí es más el tiempo que prefiero pasar sola, a pesar de que me encante socializar.

De aquí surge la segunda epifanía, ella más orientada a la búsqueda de un hombre "ideal" para mi. La única decisión que tomé es que jamás volveré a estar con un hombre que no admire, ni me enloquezca lo suficiente. Demasiado feo y demasiado petardo lindo al rededor sin nada que ofrecer. Sigo prefiriendo estar sola.

Y jamás debo olvidar que mi compañía es mejor filtrarla que desperdiciarla.

jueves, 10 de julio de 2014

Chau.

Quizás no lo entienda. Igual, esta es la primera vez que escribo después de casi un año… o 10 meses; es casi lo mismo. Presiento que no entenderá, pero igual lo diré. Lo diré y podrá sonar confuso, pues incluso yo no comprendía lo que sucedía.
Me gustó lo que pasó y me gustó tenerlo a mi lado. Me gustó que fuera usted. Pero creo que es momento, después de todo, de saber cuándo parar. No pretendo atar a las personas a mi vida, ni intentar estar persiguiendo a quien no se interesa por obtener algo de mí. Es confuso porque me gustó todo lo que pasó y me gustó tenerlo a mi lado... repito, pero también presiento que siempre va a ser así: un mar de dudas y miedos que no dejan al Ser ser libre de toda la inmundicia que cohíbe la felicidad.
Tengo aún pendiente lo que pudo ser. Yo simplemente me permitía viajar en la tranquilidad del presente, pero al encontrarme con un sentimiento tan hondo pero tan ridículo, supe que no me gustaba y no quería volver a sentirlo. Ser masoquista es una de las cosas que no me puedo permitir; ya fue suficiente. Como diría un gran amor en reposo: ¡así son las cosas, amargas… borrosas! Realmente todo es confuso.
Y así, muy posiblemente para este y para todos los casos -o su mayoría, es mejor seguir adelante sin ceder un solo centímetro de corazón. Sólo entiendo que en este momento de mi vida necesito límites y tranquilidad, no quiero más corazones rotos ni tusas a superar.
Mejor dicho, en sus propias palabras: usted me gusta tanto que es mejor que paremos aquí; descubrí que esto jamás irá para ningún buen lado, uno donde salgamos ganando. Comprendo que de repente los intereses de los dos dejaron de ser iguales. Sólo sigo mi instinto de felicidad.

Chau.

lunes, 10 de febrero de 2014

Papá, ¿qué es el amor?

En mis años de inocencia le pregunté a mi padré qué era el amor. No dijo nada, supongo que era algo demasiado complejo para explicar. Se fue a su cuarto, cogió un baúl, luego me cogió de la mano y salimos a caminar. En el camino me contó que en sua años de juventud había conocido una chica, sólo dijo que había sido lo mejor que le había pasado en esa época, pero su mismo corazón joven no supo cómo mantenerla a su lado.  Al llegar al parque, nos sentamos bajo un árbol, sacó del baúl  una carta arrugada y casi rota que su viejo amor le había escrito y me pidió que abiera mi corazón y escuchara sin prejuicios.

"Estar sin él es algo extraño. Antes todo era más sencillo. Simplemente me había hecho a la idea de que ya no estaba y ahora que está, lo extraño... es igual de extraño a estar sin él.
A veces se me ocurre dejarlo, y luego ya no puedo más y me olvido de esa idea que me parece tan absurda. Pero me he acostumbrado a tener nada y a veces tenerlo todo... en 15 minutos bajo las sábadas. Me olvidé de la vieja yo y de lo que alguna vez quise. He cambiado mis deseos por los de alguien sólo por tener un poco de él. Creo que no he merecido más. Y, si eso es todo de él, ¿realmente es tan vacío? El día que entienda que no soy yo y nunca he sido yo la que puede llenar ese vacío podré irme tranquila de su lado. 

Todo es tan extraño.

Estar sin él es amargo. Así como el café árabe que a tan pocos gusta, pero termina siendo tan exquisito. Así es él. Pero amargo también se vuelve todo con él, tanto así que vivir cerca suyo se hace insoportable. Y poco a poco me olvido de lo amargo y todo vuelve a ser nada: lo que siempre fuimos. Tranqiulamente vamos volviendo al curso que traíamos, a la monotonía de nada. Y estoy tan a su lado que termina siendo nada y aparecen los deseos de sentir su amor por primera vez. Si él tan sólo supiera que con lo amargo que es estar sin él yo me voy muriendo por dentro pocpo a poco, pero me muero más con su vacía presencia en mi vida. Ya ni sé qué es peor. 

Y al final, dejar de amarlo se ha vuelto un motivo por el que luchar cada mañana. Nunca pude encontrar mi equilibrio con él, y no lo culpo, pero él nunca entendió que yo quería amarlo por encima de todo, incluso de esto tan confuso que siento ahora, y sé que así lo hice. Él sabe que así lo hice. Cada día se hizo más difícil estar con él. No entendía cómo habían pasado las cosas, pero ahí estábamos: él con su amarga, extraña y exquisita forma de amar, y yo queriendo huir siempre. Rendirme nunca fue suficiente, había algo que me incomodaba. Quizás no era lo que teníamos, sino su forma de ser conmigo: cada día más me dolía su indiferencia. 

Y así, opté por estas palabras y partir sin más. Entiendo que me quedé sin motivos para luchar por permanecer a su lado bajo esas condiciones, entendiendo que nunca iba a cambiar. ¿Qué podría hacerlo cambiar? Ni el tiempo pudo. Lo único que entendía era que mi corazón siempre se iba a acelerar al escuchar su voz, al saber de él, al recordar su nombre, al verlo cada noche en mis sueños."

Quedé sin qué decir, pero también con muchas preguntas. ¿Es esto el amor? Le pregunté a mi padre. Sí, respondió, el amor duele porque te importa, no porque esperes algo de alguien, sino porque lo que más importa es que esa persona que amas esté ahí contigo para vivirlo; yo no lo estuve, y si bien no fue mi único amor, me arrepiento de no haberle dado todo el amor que yo sentía. Así que el amor, cuando lo sientes, es para darlo, para brindarlo sólo esperando una sonrisa a cambio.

martes, 10 de diciembre de 2013

Me quedo contigo.

Casi no recuerdo bien la última vez que lo vi. Creo que fue por las mismas fechas que dejé de escribir. No sé ni qué ropa traía puesta y la verdad es que lo imagino desnudo, como siempre me gustó. Lo que sí recuerdo son sus delicadas imperfecciones en su cuerpo que tanto me gustaba besar.
Evidentemente se fue toda mi inspiración, pero también mis deseos de vivir. ¡Qué absurdo! Yo pensando que si estaba sola tendría menos preocupaciones que añadirle a mi vida, pero ahora ésta es tan simple y vacía.

Ha pasado un buen tiempo desde que decidí marcharme lenta y silenciosamente de su vida. El ruido siempre alerta, y era mejor que nunca se enterara que mientras estaba con él físicamente, había un ser dentro de mí que prefería estar lejos... y así lo estaba haciendo. De repente, los dos estábamos tan lejos el uno del otro que confundíamos la realidad y aparentábamos que todo estaba bien. La verdad era que yo quería que todo estuviera bien dentro de lo fatal y ridículo que era seguir manteniendo esa relación.

Bueno, y ahora que ha pasado tanto tiempo, realmente no recuerdo bien la última vez que lo vi, en serio. Creo que era por esos días decembrinos donde el viento invernal y las lluvias marcaban los momentos. Todo se ve tan nublado, pero casi recuerdo que estábamos en la banca del parque de siempre sentados el uno junto al otro en silencio ya agotados de discutir por todo y nada -lo habitual en las relaciones. Y ahora todo es tan difuso pero lo realmente certero es que yo jamás volví a sentir como cuando estaba con él. Aún no logro decidir si esto es bueno o malo; pero sí entiendí, y mucho me costó, por qué era él quien me hacía vivir tantos sentimientos al tiempo: pasar del amor al odio y del odio al amor, del cariño al fastidio y del fastidio al deseo, de la rabia a la tolerancia y de la tolerancia al amor, y volvíamos al mismo ciclo.

Él simplemente era un amor más de mi vida quien tenía que enseñarme el lado oscuro de los hombres, pero jamás del Amor. De él era quién debía aprender que para combatir la soledad era mejor ser amantes en la cama y amigos ante los demás. De él también aprendí que jamás necesité combatir la soledad, pues con ella soy la real yo, una que pocas veces él logró ver.

Hoy, después de mucho tiempo de no verlo, espero que no se sorprenda en nuestro encuentro al ver que hay más cambios internos que externos, y que uno de ellos es mantenerlo en mi vida como el gran amor que siempre fue, como mi gran amigo que quiero conservar.

domingo, 30 de septiembre de 2012

El susurro del final de septiembre.


Me acerco a tí, descubro una oleada de agonía. Maldita nostalgia, no precisa momentos, siempre tan inoportuna. Descubro un sollozo más allá de mi pesar, de mi sentir, sólo pasa a través de mis oídos como un chillido cualquiera. Me siento igual que tú, pensé. Estamos sentados en ése que solía ser nuestro sitio favorito, ahora no sé si ella lo recuerde. Yo, como desde que lo prometí, aquí estoy. Pero más allá de eso, sigo esperando a que vuelvas. ¿Adónde te has ido? De nada me ha servido tu cuerpo -tan falaz pero tan precioso, tan frío pero delicado- si no tengo tu ojos. Esos ojos conscientes de mirarme, de precisar que soy yo.

Decido levantarme, sé que no volteará a mirarme esta vez. Desde hace meses o años, no sé bien ya, que no lo hace. El tiempo se ha vuelto tan efímero. Aún recuerdo la primera vez que la vi, y no quisiera exagerar, pero fue casi una aparición angelical y supe entonces que tenía que conquistarla. Llevaba ese pelo largo y negro que le hacía ver en esos ojos toda la dulce profundidad de su ser. Unos labios que parecían pintados con jugo de cereza. Tuve hasta el tiempo suficiente para admirar sus delicadas manos, de ver cómo se jugueteaba el pelo con ellas, cómo las entrecruzaba ansiosa cuando nuestras miradas se encontraban. Pasé años abriendo los ojos a su lado, despertándola con mil caricias para invitarla a amarnos, dejando que me acariciara todas las mañanas mi espalda, dejándola con un beso de ilusión de encontrarnos al anochecer.

Opté salir después de dejarle su porro armado -quizás hoy no lo bote por la ventana- y de darle uno de los besos que tanto le gustaban y que yo poco la complací cuando recordaba.  Me acerqué al café de siempre, al mismo asiento de la barra de siempre, a pedir casi lo mismo de siempre. Uno no recuerda el día en el que la vida se vuelve tan monótona, pero sí recuerda el hastío que le tenía cuando era apenas un joven. Supongo que desde que Amanda me dejó. No recuerdo bien.
-¿Cómo está Amanda hoy?- Pregunta Sara, la mujer que me atiende en Bocanada de Café desde hace algunos años ya.
-Igual que siempre.
Hubo un breve silencio.
-¿Le sirvo lo mismo de siempre?
-Sí.

Esa bebida de siempre, de todas las mañanas, era un café colombiano, no tan exquisito como muchos piensan o algunos esperaríamos. Un café oscuro como la noche sin luna. Más amargo que el pasado no deseado. Bueno, la verdad no sé si es que sepa realmente así, pero a mi me sabe a tierra. A veces pintaba bien cuando Sarita sonreía, y hoy no era un día de esos. Ni interés tenía yo por preguntarle qué le pasaba, siempre estaban más presentes mis problemas, mis desgracias, mi Amanda y su distancia.

Aún recuerdo el día en el que Amanda y yo pisamos el mundo de Bocanada de Café. Sarita era nueva. Trabajaba como mesera en ese entonces. Llevaba puesto uno de esos delantales que hacen ver a las mujeres sexis y con el que muchos de los hombres deliramos esperando a que nuestra mujer nos haga un baile, nos desfile, algo. Tras la blusa podían detallarse la punta de sus pezones y el redondo de sus senos jóvenes. Aún siguen siendo tan bellos como la primera vez. Por supuesto, Amanda nunca tuvo nada que envidiarle. Ella era y sigue siendo la mujer de mis ojos, así ella ya no sea consciente de eso.

Me bebí de un sorbo el café y cogí el periódico. Dejé sobre la mesa la propina que siempre le dejaba a Sarita. Sabía que me miraba de reojo, pero no quise hacer caso; desde hace muchos años que no hago caso a otras miradas. Me levante y partí hacia la plaza principal del barrio.El periódico siempre resultaba contando las mismas historias pero con diferentes actores, las mismas tragedias que permitían que los protagonistas se intercalaran. Igual, ya nada me sorprende por estos días.

Era casi medio día y el tiempo me avisaba de debía volver a casa. Por menos que quisiera, tenía que volver. Ver a Amanda, intentar besarla o siquiera acariciarla, persuadirla para que se dejara besar. Regresé al ático en el que hemos compartido los últimos veinticinco años desde que decidimos venirnos a este país de mierda. Al llegar al piso, me sorprendió escuchar a través de la puerta los gritos y golpes que venían del interior de la casa. Abrí la puerta y Amanda estaba totalmente loca, con la cara aruñada, el pelo electrocutado, su ropa rasgada sobre el piso. Logré detallar algunos vidrios esparcidos por toda la casa, espejos deshechos. Una casa que no parecía la mía. Corrí a abrazarla y por más que se resistió logré rodearla con mis brazos y apretarla para que se tranquilizara.
-Quiero que te vayas.- Murmuró entre dientes.
-¿Qué has dicho?
-Que quiero que te vayas Ignacio.
-¡Estás hablando Amanda, estás hablándome!

Ignoré totalmente sus palabras. Después de tres años de no escuchar su voz cualquier insulto hubiera logrado sacar la misma sonrisa que me produjo escuchar esa voz. Ronca y tenue voz que tanto me fascinó. Sobre todo escucharla mientras hacíamos el amor y nos consumábamos en un mar de deseo y juego de palabras para seducirnos. Empezaron a brotar lágrimas de alegría sobre mi rostro y sin pensarlo me impulsé a besarla, pero no contaba con que Amanda lograra zafarse de mis brazos y, de paso, me dejara con la boca estirada.
-Realmente quiero que te vayas Ignacio.
-¿Pero de qué hablas?
-Pensé que si prologaba este patético estado, terminarías por irte algún día. Pero no, hoy se cumplen tres años desde el día que se fue lo único que nos ataba. Tener que encerrarme en esta maldita casa, tener que contenerme a hablarte, a decirte lo poco que ya significas para mí. ¿Para qué sigues aquí? Muchos años rogué ser el centro de tu mundo y cuando decido, quizás cobardemente, convertirme en un estorbo y una insignificancia, no te apartas de mí y no me dejas respirar. Me asfixias Ignacio. Y quizás el pasar todos estos años sin pronunciar una palabra a algún conocido me ha hecho íntima de la locura, ¡y me encanta! Ahora te pido que te largues, no vuelvas, no te necesito, nunca te necesité. Lárgate.

Me consumió un dolor intenso. De un momento a otro toda mi alegría se había ido tan fugazmente como había venido. Estoy soñando, pensé. Me dirigí hacia al baño a lavarme la cara, dejándola sola en el balcón. Me froté los ojos, me halé las pestañas, me pellizqué los cachetes. ¿Qué demonios era esta payasada? Salí lleno de coraje, corrí su mecedora y la levanté de un solo tirón.
-¿Cómo es posible que me hayas engañado todos estos años?
-Ha sido muy fácil. No soy tan idiota como pensabas. ¿Y cómo te atreves a hablarme de engaño? Después de enterarme de que me engañabas con tu Sarita, decidí volverme un vegetal, un completo estorbo. No podía irme dejándote mi orgullo, mi dignidad, aunque creo que ya los he perdido totalmente. Desde que tenía veinte años me entregué totalmente a ti Ignacio, y aunque siempre fui tu amor, nunca fui la única. ¿Por qué nunca te largaste? ¿Por qué no me botaste en una clínica? Era tu momento para que te quedaras con ella y por una vez en la vida me dejaras ser libre… libre y sola.
-Pero Amanda... ¿cómo es que nunca me dijiste que sabías lo que teníamos Sara y yo?- Dije bastante avergonzado y al mismo tiempo impactado por lo que estaba pasando.
-Ignacio, sin darme cuenta, llegué a tal punto en el que no podía alejarme de ti voluntariamente. Al rectificar que mi amor seguía siendo tan insignificante como para que me brindaras todo tu ser, y me refiero a mente y cuerpo, decidí volverme todo lo que siempre odiaste y brindarte lo que menos querías de una mujer. Quise volver tu vida aburrida, monótona, y desgraciarte con la compañía de la miserable en que me convertí. Y todo se mezcló con la tristeza. Dejé de hablarte, de mirarte cuando me mirabas, de atenderte, ya no me merecías. Sigo preguntándome, ¿por qué nunca te fuiste?
-Pues… es claro, eres parte de mi vida, nunca te abandonaría.
-¡Insolente!- Se levantó dirigiéndose a la habitación, abrió el compartimento que daba al gran armario que una vez me hizo construir para ella y sacó sus valijas. –Sabía que no te atreverías a largarte, cobarde. Así que me voy yo.
-Pero adónde te vas a ir Amanda. Hace tres años que no hablas con nadie, no tienes dinero. ¿Qué vas a hacer de tu vida?
-Ese dejó de ser tu problema desde hace mucho tiempo.- Podía sentir la rabia en sus palabras.

Amanda se fue con la única valija que tenía. Usaba el vestido de flores ceñido al cuerpo que le desgarré en nuestra luna de miel en Ibiza. Me dieron ganas de devolver el tiempo y nunca haber cagado lo más hermoso que tenía. Todos los días me asomo por el balcón de este puto ático buscando a mi Amanda. Todos los días salgo a buscar de entre todos los vestidos, uno de flores que vista a mi Amanda.
Y ahora sólo me queda esperar que entre los que lean este relato, esté mi amada Amanda. 

lunes, 24 de septiembre de 2012

A veces.

A veces, sólo a veces, me persigue esa ráfaga de celos, esa obsesión por tu piel, por tenerte. No hago nada, sólo me detengo a pensar en tu olor.

tu olor
que me electrocuta los nervios
me lanza a un vacío
que se siente en mi ombligo

ese aroma
tan impronunciable
se mete hasta lo más adentro de mí
y me impacienta saborearlo

me sabes a miel
tan dulce
hostigante
insaciable
cuando es tan fascinante

indestructible olor
lo llevo en mis manos

A veces, sólo a veces, te recuerdo así.