miércoles, 16 de noviembre de 2011

Sí podemos decir adiós.


Buenas días, tardes o noches a todos.

Quiero empezar esta charla con ustedes contándoles lo que me pasó hace algunos años.

Estaba de viaje en Europa con mis padres y llegamos a un hermoso lugar llamado Fiss, en Austria. Lo básico del viaje para mi madre y para mí era aprender a esquiar. Todo un reto. Empezando por cargar los palos y los esquíes y poder caminar con las botas evitando resbalarse por el agua congelada, cosa que no pasaba a menudo con el hielo; uno con el hielo hasta podía divertirse haciendo que patinaba… así como cualquier nuevo turista que conoce la nieve y siente las maravillas de los dedos congelados.

El punto era asumir el reto de aprender a esquiar y bajar las empinadas montañas austriacas. Mami se rindió, incluso luchó contra su cuerpo para mantener el control y no caerse en pequeñas elevaciones, pero sabía que no era lo suyo. Asumió hacer otras cosas. Pero quedaba yo… yo y mi miedo a enfrentar las montañas. Para resumir, el miedo no me duró mucho y al segundo día, en mi primera lección de cómo aprender a esquiar con un alemán que no hablaba inglés, me le medí a ser valiente, valientísima por una vez en mi vida, y me lancé al precipicio. Obviamente me caí, pero cuando caí sentí ese golpe que uno necesita urgentemente para levantarse y seguir controlando cada movimiento.

Y es que, muchachos, así es como debemos asumir todos los días de nuestra vida. Sé que sonará como si estuvieran en un congreso de aquellos que dan charlas para luchar contra la depresión. Pero no miento cuando digo que vivir sin miedos es vivir mejor. ¿No se han dado cuenta que cada vez que sentimos miedo sobre algo, lo estropeamos? Y es que es fácil no “sentir” miedo: no pensando en él. La mente es un monstruo que podemos poner de nuestra parte con esa valentía con la que todo ser humano nace y va fortaleciendo. Cuando me lancé montaña abajo no pensé tanto en si me iba a fracturar las piernas al caerme, sino en todo el aire, por tanto vida, que recorrería a través de mi cara y el sol como testigo.

Así que a vivir sin miedo, que es una maravilla.