domingo, 30 de septiembre de 2012

El susurro del final de septiembre.


Me acerco a tí, descubro una oleada de agonía. Maldita nostalgia, no precisa momentos, siempre tan inoportuna. Descubro un sollozo más allá de mi pesar, de mi sentir, sólo pasa a través de mis oídos como un chillido cualquiera. Me siento igual que tú, pensé. Estamos sentados en ése que solía ser nuestro sitio favorito, ahora no sé si ella lo recuerde. Yo, como desde que lo prometí, aquí estoy. Pero más allá de eso, sigo esperando a que vuelvas. ¿Adónde te has ido? De nada me ha servido tu cuerpo -tan falaz pero tan precioso, tan frío pero delicado- si no tengo tu ojos. Esos ojos conscientes de mirarme, de precisar que soy yo.

Decido levantarme, sé que no volteará a mirarme esta vez. Desde hace meses o años, no sé bien ya, que no lo hace. El tiempo se ha vuelto tan efímero. Aún recuerdo la primera vez que la vi, y no quisiera exagerar, pero fue casi una aparición angelical y supe entonces que tenía que conquistarla. Llevaba ese pelo largo y negro que le hacía ver en esos ojos toda la dulce profundidad de su ser. Unos labios que parecían pintados con jugo de cereza. Tuve hasta el tiempo suficiente para admirar sus delicadas manos, de ver cómo se jugueteaba el pelo con ellas, cómo las entrecruzaba ansiosa cuando nuestras miradas se encontraban. Pasé años abriendo los ojos a su lado, despertándola con mil caricias para invitarla a amarnos, dejando que me acariciara todas las mañanas mi espalda, dejándola con un beso de ilusión de encontrarnos al anochecer.

Opté salir después de dejarle su porro armado -quizás hoy no lo bote por la ventana- y de darle uno de los besos que tanto le gustaban y que yo poco la complací cuando recordaba.  Me acerqué al café de siempre, al mismo asiento de la barra de siempre, a pedir casi lo mismo de siempre. Uno no recuerda el día en el que la vida se vuelve tan monótona, pero sí recuerda el hastío que le tenía cuando era apenas un joven. Supongo que desde que Amanda me dejó. No recuerdo bien.
-¿Cómo está Amanda hoy?- Pregunta Sara, la mujer que me atiende en Bocanada de Café desde hace algunos años ya.
-Igual que siempre.
Hubo un breve silencio.
-¿Le sirvo lo mismo de siempre?
-Sí.

Esa bebida de siempre, de todas las mañanas, era un café colombiano, no tan exquisito como muchos piensan o algunos esperaríamos. Un café oscuro como la noche sin luna. Más amargo que el pasado no deseado. Bueno, la verdad no sé si es que sepa realmente así, pero a mi me sabe a tierra. A veces pintaba bien cuando Sarita sonreía, y hoy no era un día de esos. Ni interés tenía yo por preguntarle qué le pasaba, siempre estaban más presentes mis problemas, mis desgracias, mi Amanda y su distancia.

Aún recuerdo el día en el que Amanda y yo pisamos el mundo de Bocanada de Café. Sarita era nueva. Trabajaba como mesera en ese entonces. Llevaba puesto uno de esos delantales que hacen ver a las mujeres sexis y con el que muchos de los hombres deliramos esperando a que nuestra mujer nos haga un baile, nos desfile, algo. Tras la blusa podían detallarse la punta de sus pezones y el redondo de sus senos jóvenes. Aún siguen siendo tan bellos como la primera vez. Por supuesto, Amanda nunca tuvo nada que envidiarle. Ella era y sigue siendo la mujer de mis ojos, así ella ya no sea consciente de eso.

Me bebí de un sorbo el café y cogí el periódico. Dejé sobre la mesa la propina que siempre le dejaba a Sarita. Sabía que me miraba de reojo, pero no quise hacer caso; desde hace muchos años que no hago caso a otras miradas. Me levante y partí hacia la plaza principal del barrio.El periódico siempre resultaba contando las mismas historias pero con diferentes actores, las mismas tragedias que permitían que los protagonistas se intercalaran. Igual, ya nada me sorprende por estos días.

Era casi medio día y el tiempo me avisaba de debía volver a casa. Por menos que quisiera, tenía que volver. Ver a Amanda, intentar besarla o siquiera acariciarla, persuadirla para que se dejara besar. Regresé al ático en el que hemos compartido los últimos veinticinco años desde que decidimos venirnos a este país de mierda. Al llegar al piso, me sorprendió escuchar a través de la puerta los gritos y golpes que venían del interior de la casa. Abrí la puerta y Amanda estaba totalmente loca, con la cara aruñada, el pelo electrocutado, su ropa rasgada sobre el piso. Logré detallar algunos vidrios esparcidos por toda la casa, espejos deshechos. Una casa que no parecía la mía. Corrí a abrazarla y por más que se resistió logré rodearla con mis brazos y apretarla para que se tranquilizara.
-Quiero que te vayas.- Murmuró entre dientes.
-¿Qué has dicho?
-Que quiero que te vayas Ignacio.
-¡Estás hablando Amanda, estás hablándome!

Ignoré totalmente sus palabras. Después de tres años de no escuchar su voz cualquier insulto hubiera logrado sacar la misma sonrisa que me produjo escuchar esa voz. Ronca y tenue voz que tanto me fascinó. Sobre todo escucharla mientras hacíamos el amor y nos consumábamos en un mar de deseo y juego de palabras para seducirnos. Empezaron a brotar lágrimas de alegría sobre mi rostro y sin pensarlo me impulsé a besarla, pero no contaba con que Amanda lograra zafarse de mis brazos y, de paso, me dejara con la boca estirada.
-Realmente quiero que te vayas Ignacio.
-¿Pero de qué hablas?
-Pensé que si prologaba este patético estado, terminarías por irte algún día. Pero no, hoy se cumplen tres años desde el día que se fue lo único que nos ataba. Tener que encerrarme en esta maldita casa, tener que contenerme a hablarte, a decirte lo poco que ya significas para mí. ¿Para qué sigues aquí? Muchos años rogué ser el centro de tu mundo y cuando decido, quizás cobardemente, convertirme en un estorbo y una insignificancia, no te apartas de mí y no me dejas respirar. Me asfixias Ignacio. Y quizás el pasar todos estos años sin pronunciar una palabra a algún conocido me ha hecho íntima de la locura, ¡y me encanta! Ahora te pido que te largues, no vuelvas, no te necesito, nunca te necesité. Lárgate.

Me consumió un dolor intenso. De un momento a otro toda mi alegría se había ido tan fugazmente como había venido. Estoy soñando, pensé. Me dirigí hacia al baño a lavarme la cara, dejándola sola en el balcón. Me froté los ojos, me halé las pestañas, me pellizqué los cachetes. ¿Qué demonios era esta payasada? Salí lleno de coraje, corrí su mecedora y la levanté de un solo tirón.
-¿Cómo es posible que me hayas engañado todos estos años?
-Ha sido muy fácil. No soy tan idiota como pensabas. ¿Y cómo te atreves a hablarme de engaño? Después de enterarme de que me engañabas con tu Sarita, decidí volverme un vegetal, un completo estorbo. No podía irme dejándote mi orgullo, mi dignidad, aunque creo que ya los he perdido totalmente. Desde que tenía veinte años me entregué totalmente a ti Ignacio, y aunque siempre fui tu amor, nunca fui la única. ¿Por qué nunca te largaste? ¿Por qué no me botaste en una clínica? Era tu momento para que te quedaras con ella y por una vez en la vida me dejaras ser libre… libre y sola.
-Pero Amanda... ¿cómo es que nunca me dijiste que sabías lo que teníamos Sara y yo?- Dije bastante avergonzado y al mismo tiempo impactado por lo que estaba pasando.
-Ignacio, sin darme cuenta, llegué a tal punto en el que no podía alejarme de ti voluntariamente. Al rectificar que mi amor seguía siendo tan insignificante como para que me brindaras todo tu ser, y me refiero a mente y cuerpo, decidí volverme todo lo que siempre odiaste y brindarte lo que menos querías de una mujer. Quise volver tu vida aburrida, monótona, y desgraciarte con la compañía de la miserable en que me convertí. Y todo se mezcló con la tristeza. Dejé de hablarte, de mirarte cuando me mirabas, de atenderte, ya no me merecías. Sigo preguntándome, ¿por qué nunca te fuiste?
-Pues… es claro, eres parte de mi vida, nunca te abandonaría.
-¡Insolente!- Se levantó dirigiéndose a la habitación, abrió el compartimento que daba al gran armario que una vez me hizo construir para ella y sacó sus valijas. –Sabía que no te atreverías a largarte, cobarde. Así que me voy yo.
-Pero adónde te vas a ir Amanda. Hace tres años que no hablas con nadie, no tienes dinero. ¿Qué vas a hacer de tu vida?
-Ese dejó de ser tu problema desde hace mucho tiempo.- Podía sentir la rabia en sus palabras.

Amanda se fue con la única valija que tenía. Usaba el vestido de flores ceñido al cuerpo que le desgarré en nuestra luna de miel en Ibiza. Me dieron ganas de devolver el tiempo y nunca haber cagado lo más hermoso que tenía. Todos los días me asomo por el balcón de este puto ático buscando a mi Amanda. Todos los días salgo a buscar de entre todos los vestidos, uno de flores que vista a mi Amanda.
Y ahora sólo me queda esperar que entre los que lean este relato, esté mi amada Amanda. 

lunes, 24 de septiembre de 2012

A veces.

A veces, sólo a veces, me persigue esa ráfaga de celos, esa obsesión por tu piel, por tenerte. No hago nada, sólo me detengo a pensar en tu olor.

tu olor
que me electrocuta los nervios
me lanza a un vacío
que se siente en mi ombligo

ese aroma
tan impronunciable
se mete hasta lo más adentro de mí
y me impacienta saborearlo

me sabes a miel
tan dulce
hostigante
insaciable
cuando es tan fascinante

indestructible olor
lo llevo en mis manos

A veces, sólo a veces, te recuerdo así.

jueves, 19 de julio de 2012

¿Cómo se atreve?

¿Cómo se atreve a irse sin darme tan sólo un último beso,
una última caricia,
sin hacerme el amor por última vez?

¿Cómo se atreve a aparecerse en mis sueños
y no permitirme verle en la lucidez?

¿Cómo se atreve a llenarme el corazón de mariposas
y el estómago de vértigos incesantes,
de llenarme los ojos de brillo,
a sacarme mil sonrisas con su recuerdo?

¿Cómo Usted se atreve a quedarse ahí 
dentro de mí...
pero sin mí?

¡Atrevido!
¿Acaso yo me he atrevido a hacer lo mismo con Usted?

Con el más grande amor,
a Usted,
Carlos Torres.

domingo, 24 de junio de 2012

Soy parte de tí.


Antes de que te fueras
olvidé cogerte de la mano,
llevármela al pecho
y hacerte sentir mi ritmo.

Antes de que te fueras
controlaba mis impulsos
de robarte un beso,
de apretarte un muslo,
de morderte un labio.

Antes de que te fueras
olvidé leer en el post it rosado
que ya no te volvería a ver,
que ya no estaría más contigo,
que debía obligarme a meterte en el cajón.

“Abro el cajón.
Meto el recuerdo de los dos.
Te dejo por fuera
y te coloco al lado mío.
Cojo tu mano con la mía.
Seguimos caminando los dos.”

Ahora que te fuiste
sólo estoy yo y la mitad de su sombra.
Queda un puñado de recuerdos
que ya no sirven para nada.

Ahora que te fuiste
espero que hayas cerrado,
a tu paso,
la puerta de la entrada.
Hayas apagado la cafetera,
hayas tendido la cama,
o al menos me hayas dejado un desayuno.

Ahora que te fuiste
anhelo que hayas amado como yo,
y que sientas que,
aunque te fuiste,
soy parte de ti.

jueves, 21 de junio de 2012

Rebecca.

Voy en un bus y con mi mirada hacia la calle voy observando a la gente hacer su vida fuera de la ventana. Voy recordando esos momentos en los que he visto la envidia en las miradas de las otras mujeres y también he recordado los comentarios que han llegado a mis oídos acerca de lo que ven las demás en mí. Comentan entre sí, y le divulgan a los hombres, que soy una mujer que tiene como herramienta de seducción la coquetería, que intento conquistar a hombres ajenos y exhibo mi belleza sin ningún pudor, concluyendo así que no soy una mujer de fiar. 


El bus se detiene y así mismo mis pensamientos y me río entre dientes, maldiciéndolas al mismo tiempo. Soy una mujer a la que le gusta la atención, ¿qué tiene de malo?, me gusta que me observen, que me miren de arriba a abajo, que los hombres se intriguen por saber quién soy, que me estrechen la mano fuértemente cuando me saludan. Me gusta enloquecerlos a todos, ¿por qué no? No soy de nadie, pero me gusta estar con todos... y ya ése no es mi problema. 


Confieso que no puedo evitar imaginarme a la gente que está más allá del vidrio de este bus haciendo el amor entre sí, algo así como una orgía donde todos calman sus placeres para calmar mi morbo. Mi mente es un poco lujuriosa para aquellos que son adictos. No creo ser la única que se imagina a los demás amándose sobre los andenes, revolcándose entre sí sobre el mugre de las calles, sin importar que los vean. Los imagino pero no quisiera ser yo quien jugase ése papel. Disfruto el rol de observadora. 


¿Mi vida? Ella ha girado en torno a los hombres y siempre será así. Pero no soy una mujer que ofrece su cuerpo a cambio de dinero; sencillamente yo no ofrezco mi cuerpo. Mi cuerpo y mi sexo, como instrumento material y pasional de mi ser, es algo que pocos pueden tener el privilegio de vivir. Aún así, no soy egoísta con mis miradas y mis sonrisas. Y, bueno, los hombres son para mí lo que las mujeres somos para ellos. Me comporto con ellos como ellos se comportan con las mujeres. Juego el mismo juego de seducción que ellos usan con las mujeres. Es sencillo.


Miro el reloj y me doy cuenta que, como de costumbre, voy tarde. Ya es un hábito, no sólo en mí sino en la mayoría de los colombianos... y es aún peor con el tráfico de Bogotá, así que vuelvo la mirada a la calle y evito alimentar el desespero. 


En lo que más pienso es que entre más hablen de mí, más disfruto yo de la publicidad que me hacen. Me ha funcionado que la intriga incite a los hombres a acercarse a Rebecca, a mí. Para infortunio de ellos, no siempre puedo darles lo que quiero, aquí siempre la que decide soy yo... y esa es la medicina que despierta la envidia de las demás. 


Sonrío entre abierto mostrando un poco los dientes y apenas el bus se detiene, observo a lo lejos un hombre común como cualquiera que se detiene a esperar su transporte. Intento buscarlo con la mirada consiguiendo así robarle un poco de su atención. Le sonrío y lo sigo mirando. El bus arranca y mi cuello gira mientras el bus va avanzando y así mismo, con cada segundo que pasa, lo voy perdiendo. Tenía unos ojos tan grises como aquellas nubes que están que explotan gotas en lo alto. Volteo hacia el frente y me encuentro con que la siguiente parada es la mía. Me levanto del asiento y timbro. Me bajo del bus y camino feliz, sonriéndole al que esté enfrente mío. 

martes, 19 de junio de 2012

Algunas fotos.

Hola. 
Últimamente he sido favorecida con buen momentos y lugares hermosos que se han atravesado ante Carmela (mi cámara) y mis ojos. Quisiera compartirles.
















domingo, 6 de mayo de 2012

Ella se llamaba Soledad

Era una tarde de lluvia, como casi todas las de Bogotá. Él no quiso acostarse a dormir, no quiso que la lluvia lo arrullara. Quiso ver las gotas de lluvia caer sobre la ventana. Se perdía en ellas como un estúpido, intentaba mirarse a través de ellas tratando de reconocerse. No paró de llover por horas y el día se volvió noche. Ya no se veía a través de las gotas. Decidió ponerse un pantalón cualquiera y un saco, cogió su caja de cigarrillos con su encendedor y salió a caminar.

Era una lluvia de esas finas que sientes que te van perforando la cara y las manos cuando te golpean. Prendió su primer cigarrillo, sintió ese sabor desagradable a nicotina que pasó derecho por su garganta raspándola ásperamente. Pensaba en todo. Pero sobre todo en su maldita soledad; desgraciada, no lo dejaba ni un minuto solo, ella lo amaba, pero él nunca aprendió a quererla pero de todas formas la aceptó. No tenía de otra. Prendió otro cigarrillo al termino del otro.

Así pasó tanto tiempo, estaba empapado, hasta sus gafas le impedían ver. Se encontró solo, como siempre, en una calle que comúnmente es transitable día y noche. -La lluvia espanta a la gente, todos se han escondido-, habló en voz alta. Pensó que era hora de divertirse, nadie lo estaba observando. Esa es la pena de todos, que nos observen hacer cosas divertidas, pensarán que somos inmaduros al vernos actuar como niños, -¿no le da pena?-, dirían las mamás. Así que empezó a brincar en cada charco que encontró, gritaba de la emoción y reía tan duro que un eco bien lejos le respondía riéndose con él. Se revolcó en el pasto como un loco, uno de esos que encierran en los manicomios y que tiene las manos amarradas y se revuelca para poder soltarse; él simplemente se revolcaba para saber qué se sentía estar loco. Se levantó, estaba completamente asqueroso.

Empezó a caminar de nuevo, miró su cajetilla de cigarrillos y sacó uno. Lo prendió. -Igual de asqueroso al anterior-, pensó. No pasaba ningún carro por la carretera, entonces corrió a la mitad de la calle y se bajó los pantalones, se sacó su miembro y empezó a orinar en círculos cantando una canción cualquiera. Siempre quiso hacer eso. Se los subió y siguió caminado en sentido contrario a la vía de la carretera. Los pocos carros que pasaban le seguían pitando. A él no le importaba, seguía vivo.

Seguía lloviendo en Bogotá y era casi la media noche de un martes. Apestaba y estaba empapado. Era una mezcla entre indigente y leche de magnesia con talcos Neofungina. Un asco de ser humano. Pero se sentía radiante. No paraba de sonreír. La verdad sí parecía un total imbécil, la gente creía que estaba completamente drogado, pero no, sólo tenía a su "maldita soledad". La odiaba.

Llegó a un bar pero no lo dejaron entrar, pensaban que era un indigente más y que el dinero que mostró se lo había robado. -Agradezca que no llamamos a la policía, ¡pero lárguese que nos espanta la clientela!-, le gritó un negro alto y robusto, tenía en su mejilla derecha un cortada que le bajaba hasta la garganta. -¿En dónde putas estoy?-, se preguntó desorientado. Divagó tanto por las calles y estaba tan drogado de felicidad que ni cuenta se dio que se había metido a una de esas tantas "ollas peligrosísimas" de Bogotá. De todas maneras nunca le harían nada, daba asco.

Regresó a su casa como pudo. Entró a su casa, se bañó con agua muy caliente. Salió de la ducha y el espejo se empañó. Se paró al frente y escribió: "Soledad, hoy aprendí a quererte, hoy aprendí a quererme". Se acostó a dormir, desnudo como siempre. Estaba agotado.

Al día siguiente el sol cegaba, el día brillaba. Se asomó a la ventana. Todos caminaban agitados por la Carerra Séptima. Los buseteros pitaban fastidiosamente. Los taxistas le gritaba a los buseteros. Uno que otro ladrón rapando bolsos a ancianas. Uno que otro morboso mirándole los culos y las tetas a las mujeres que pasaban. Él abrió la ventana y gritó: "¡Maldita rutina, déjalos vivir!". Cerró las cortinas y se echó a dormir hasta encontrarse con la noche, un vez más.

sábado, 31 de marzo de 2012

Sueños lúcidos.

Eran las 12:05 AM y ella no podía conciliar el sueño. Daba vueltas en su cama, se arropaba, desarropaba, se enrollaba en las cobijas, se fastidiaba de la incomodidad de las almohadas. Miraba el reloj del celular y veía cómo pasaban los minutos y ella ahí, esperando a que Morfeo la recordara un poco, la tuviera en cuenta esta noche. Pero más allá de esto, estaba presente lo que había pasado en el día.

A las 2:26 PM se encontraron en el restaurante preferido de los dos. Él la había citado bajo las siguientes palabras: -No creo que aguante hasta el fin de semana para que nos veamos, ¡quiero verte ya! ¿Qué te parece si vamos a almorzar a donde siempre? Tengo algunas cosas que decirte.
Era más que obvio que ella diría muy emocionada que sí, siempre amó los detalles sorpresivos de él. Cuando ella llegó, él ya estaba ahí, en la misma mesa, en el rincón al lado de la ventana; ese rincón donde ella siempre pensó que se podían besar y nadie los vería, la verdad es que sobre ellos había una cámara de seguridad y los que trabajaban allí siempre se deleitaban con los manoseos de estos dos.

Todo empezó con lo habitual: un beso en la boca, medio abrazo, un "siéntate, ya pedí de beber", algunas risas; sin embargo, ella notó un poco de incomodidad en sus acciones, un poco de distancia en sus caricias, un poco más de sequedad en sus palabras.

- Bueno, ya fue suficiente, hemos terminado de almorzar y durante todo el almuerzo has estado muy raro: no me cogiste la pierna como siempre lo has hecho, no me has mirado a los ojos cuando te cuento mis cosas, no has querido contarme cómo has estado. ¿Te ocurre algo? ¿Quieres decirme alguna cosa? - Se decidió a romper el hielo, pero él sólo agachó la cabeza y titubeando respondió.
- Sé que me conoces bien, por eso mismo te has dado cuenta que algo no anda bien conmigo. Este almuerzo, más que un encuentro más, es una confrontación contigo y lo que siento por tí. No soy de los que piensa tanto en el mañana, suelo pensar sólo en el presente y disfrutar, disfrutarte; sin embargo, mi presente ha cambiado un poco, o mejor, lo que quiero de él.
- ¿Qué quieres decir? - Preguntó desesperada por saber qué era lo que le ocurría.
- Dudé mucho en decirte que nos viéramos para hablarte de esto, no es fácil, para mi has sido una mujer espectacular que ha compartido cosas de mi vida que ninguna otra se midió a hacer. Has sido mi compañía en la gran mayoría de mis cosas y por eso dudé tanto. Sin embargo, siento que en estos momentos de mi vida no me siento preparado para tener una relación tan cercana, quisiera poder darte todo de mí, pero siento que estoy dejando casi todo en tus manos. Esta decisión es independiente de lo que siento por tí, pero quiero que comprendas que no te estoy dando todo lo que quisieras recibir y que esto se ha vuelto más serio y cercano de lo que una vez imaginé. Momentáneamente siento que no puedo y se me sale de las manos y por ello es que me alejo y....
-¡Para! No siento que debas decir algo más.

Ella ya sabía, lo intuía, no dijo más, lo cogió de la mano y con la mirada le dijo cuánto la amaba pero que ella también decidía no arriesgarse más. Se levantó, él al mismo tiempo. Salieron juntos y sus manos se separaron a la salida.

1:09 AM. Se sentó en su cama en posición de meditación pero sin ánimo de meditar. Su propósito era pensarlo tanto para así poder dormir y poder soñarlo, vivirlo una vez más. Dicen que para tener sueños lúcidos se debe preparar el cuerpo, la mente, tener una posición adecuada, una técnica específica y que se puede durar mucho tiempo trabajando en ello. La verdad es que ella nunca pensó en tal cosa, sólo tuvo la disposición, las ganas y el amor suficiente para hacerlo.

Él siempre había dicho que nunca soñaba y que soñar era vivir la vida no vivida, ¡pues eso era lo que ella quería! Vivir lo que nunca vivió con él.

Se encontraron en ese mar de flores, una tierra inhabitada por otros humanos, sólo él y ella y unos cuantos animales haciendo parte de la fantasía. Se posaron uno en frente del otro, no dijeron nada, sólo admiraron su desnudez, se acariciaron prolongadamente, se besaron cada milímetro de sus cuerpos, se olieron apasionadamente, de vez en cuando sus ojos se encontraban y sus bocas sonreían de placer. Hicieron el amor como siempre, con el alma, con el corazón, con los hemisferios cerebrales enfocados en conocerse y amarse. Al terminar, se abrazaron, se consintieron, se dijeron lo que nunca se habían dicho -eso sí nunca había pasado; ella pensó-. Y así se despidieron.

Muy seguramente él soñó lo mismo, ya que al otro día ella recibió un mensaje que decía: "Me encantó hacer el amor contigo todo este tiempo".

sábado, 3 de marzo de 2012

Pobre hombre, malditos vicios.

-Esta es una historia un poco lánguida, un poco desamparada, pues tiene un poco de mí-. Empezó a decir aquél hombre ebrio de alcohol en esa cantina llena de penas, de dolores, de música que escarba los más tristes sentimientos y los saca como si nada. Todos los días lo veían llegar, con su traje de paño, cansado del trabajo pero siempre dispuesto a refrescar la garganta y a ahogar las penas. Siempre lo veían tomarse 2 o 3 cervezas o algunos tragos más fuertes hasta quedar inconsciente, insultando a los demás, hablando solo o con su conciencia. Lo veían salir tambaleante, confundido por el licor, perdido en su soledad. Y se iba manejando su tímido carro, pero siempre volvía. 

Nadie podía explicar su transformación. Se volvía un completo demonio. Humilló, golpeó, maltrató, lastimó a sus más grandes amores, a sus tres mujeres: su madre, su esposa y su hija. Cada una se fue yendo con el tiempo de su lado, una por la vejez, otra por amor propio, y la otra se la llevó la muerte.

Esa noche como todas se fue a beber, a perder toda razón, toda consciencia, toda sobriedad. Esa semana siempre se despertó sin saber qué había ocurrido la noche anterior, sólo estaba en su casa, con gran resaca, madrugando para cumplir con su trabajo. Cuando decidió partir, no podía ni decir su nombre con claridad, estaba totalmente perdido. Subió las escaleras de su edificio entre maldiciones a las mujeres y hostiles pasos que procuraba dar sostenido de las paredes. Abrió brúscamente la puerta y así mismo cerró. 

-¡No recuerdo más y tampoco quiero recordarlo!- Gritaba fuértemente, y se sentó a llorar. -Sólo recuerdo que desperté como todos los días y me levanté dirigiéndome hacia el baño y la vi en el pasillo, pálida, sin calor, sin brillo en sus ojos, retorcida entre la sangre. ¡Maldita sangre! Era abundante, estallada en las paredes, en el piso, en todo lado. Yo traté de limpiarla, de despertarla, tenía que ir a estudiar, pero ella no respondía...

Él nunca recordó cómo fue que la mató ya que no se permitía un momento de sobriedad para recordarlo. Nunca paró de beber, nunca paró de llorarla, nunca paró de despedirla entre sus tragos y sus lágrimas saladas. Nunca dejó de amar el trago y de odiarse por lo mismo. Con los años ya lo habían echado de todas las cantinas cercanas a su trabajo o a su casa, ya no tenía familia, amigos, trabajo, nada. Su único espacio era su cuarto del que no salía sino para comer algunas sobras, algún queso con moho; para defecar todo su veneno que ya había matado su corazón. 

Eventualmente, una dama que siempre le quiso brindar su cariño nunca lo desamparó. Le llevaba su alcohol -que él llamaba medicina-, comida ya preparada y lo ayudaba a bañar y a afeitar. Siempre llegaba con la ilusión de encontrarlo vivo, de hablarle, de ayudarle; pero ni ella ni nadie se dio cuenta que él murió cuando su hija partió y que lo único que estaba haciendo era ayudarse a encontrarse con sus ángeles: María, su hiija, y Alcira, su madre. 

lunes, 13 de febrero de 2012

Hermosa mariposa de colores sobre rosas.

Ella se encontraba sentada en una banca, decidida a dejar pasar el día como si nada, como muchas veces pasó. Después de un día tan lleno de nada y tan vacío todo, procuró admirar el atardecer, que era lo único que le daba gloria a sus horas de soledad. Siempre tan sola, -se decía-, que no logro recordar cuándo fue la última vez que sentí la respiración de un hombre sobre mi cuello.

Ni siquiera supo cuánto tiempo duró ahí, inmóvil, casi inerte, cuando lo vio pasar. Siempre pensó que así encontraría al amor de su vida, lo que nunca se imaginó era que así mismo lo iba a sentir. Ese hombre, casi angelizado por los rayos del sol sobre su rostro, tenía unos ojos tan únicos que pudieron transmitir la transparencia de su alma. A ella ni siquiera le importó que éste haya sido el hombre más hermoso que hubiese visto en toda su vida, sólo se fijó en cómo su corazón empezó a latir más rápido y cómo sus manos sudaban desesperadamente al mismo tiempo que él se acercaba a su banca.

Al llegar a donde ella se encontraba, no pudieron evitar mirarse fijamente a los ojos. Cada uno se descubrió en el otro. Se recorrieron. Se reconocieron. Se sintieron como nunca nada los había hecho sentir. Se amaron.

Él decidió sentarse a su lado diciéndole:
-Siempre he considerado al ser humano el animal más bruto de la naturaleza. Cada vez que vengo a esta plaza, me siento aquí o allá, y observo cada movimiento durante largo tiempo y me doy cuenta de que todos los que vienen hacen lo mismo: alimentan a las palomas, los novios se sientan bajo los árboles a besarse, a desearse, otros pasan tan ligero que ni cuenta se dan de los vagabundos que andan por ahí recogiendo las monedas que los turistas ilusorios tiran a la fuente. Y, sin embargo, aquí estás tú. Es la primera vez que te veo, no vienes muy seguido, cierto?
-No. -Le respondió tímidamente.
-Aquí todos tenemos una historia que contar, eso es lo más obvio; pero yo no te quiero preguntar nada de tu vida, simplemente siento que algo muy fuerte escondes, pero al mismo tiempo es muy hermoso.
-Eso le debes decir a todas las mujeres solas que deciden sentarse aquí cuando ya no tienen nada más qué hacer en el día. -Dijo, sintiendo que un total desconocido vulneraba toda su tranquilidad, su espacio más valioso del día y sin ningún reparo de entrometerse en los asuntos de su alma.
-Lo siento, a veces suelo ser un poco impertinente en mis comentarios o quizás en mis acciones. Sólo que no puedo evitar decirte lo que sentí: eres única.

Ella, un poco atemorizada, decide correrse brúscamente. Y un poco escéptica, y quizás con aires de intelectual, le responde:
-Claro que soy única. Todos somos únicos, nadie es como yo, nadie es como tú, y aunque haya una tendencia del ser humano a comportarse de igual o similar manera que los demás, sé que yo tengo mi identidad. Ello es lo que me da mi toque único, es la esencia de mi ser.
-No hablo de tu unicidad en cuanto a tus comportamientos. Eres tan única como una hermosa mariposa de colores sobre rosas. Tienes tantos colores que hasta tus mismos ojos camaleonicos lo describen. Yo sólo traduzco, soy un intérprete.

Hubo un largo momento de silencio. Unos dos minutos que parecieron eternos. Ella tuvo ganas de acercarse de nuevo, de llorar en su hombro, de apretarle la mano y decirle que hacía mucho tiempo nadie transmitía tan bien con palabras los sentimientos. Quería contarle su vida con un beso, un beso al amor más extraño de su vida.

Cuando por fin cogió impulso, él se levantó y mirándola a los ojos le dijo:
-Tengo que irme. No soy yo quien decide si nuestro tiempo ha terminado. Lastimosamente, hoy él se me ha salido de las manos. Podría quedarme aquí, junto a ti, por horas sin siquiera decir una palabra; no hacen falta en lo absoluto. Y aunque quisiera ser dueño del tiempo, por infortunio mío el mañana no sabré si existirá. Me encantó leerte, hermosa mariposa de colores sobre rosas.

Él emprendió su camino y ella, una vez más, se quedó sola en su banca. Por un momento pensó que había alucinado, parecía algo irreal. No se percató de preguntarle su nombre, su teléfono, algo de su vida... a fin de cuentas, ni le importó. Por primera vez en muchos meses, años tal vez, se sentía llena de magia, quería reírse de sí misma, quería llorar de felicidad, pero también quería gritar de impotencia, ¿quién demonios era él?, ¿cómo se atrevía a enamorarla tan rápidamente y largarse sin siquiera ella darse cuenta? La invadió la rabia, quería volver a verlo.

Aquí ninguna leyenda cuenta nada, pero desde entonces ella espera volver a encontrárselo por ahí, lo busca en todas las caras que pasan por su lado. Desde entonces, también, nunca ha parado de sonreír y de dar amor, de saber que la alegría se enciende en casi 7 minutos y que puede nunca apagarse con tan sólo el recuerdo de lo maravilloso que fue ese momento. Dejó de sentirse sola y, aunque le costó entenderlo, supo que siempre estarían juntos: ella, él y ese amor que nació y se quedó para siempre.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Mujer: el mejor diablo de la tierra.

Estaba yo leyendo este blog [http://unagotitadecafe.tumblr.com/post/16359533219/mujer#] a cerca de la mujer que, en conclusión, nos dice que somos el mismísimo diablo. Bueno, en parte, sí lo comparto, sólo que debo agregar que somos un diablo bastante complicado, no somos como aquél que está en el infierno y que hace el mal a todos y tiene un tridente (aunque algunas sí tienen una gran cola, así sea postiza como la de Jessica Cediel). Yo agregaría que muchos no están tan errados al llamarnos brujas, pero todo proviene de algún sitio: de los hombres (¿Qué creyeron?, ¿que la mayor desgracia de las mujeres se iban a quedar por fuera de este escrito? ¡Pues no, soy una bruja, pero no tuerta!).

Eso de que las mujeres lloramos por todo, es mentira en un marco general, sólo lloramos por todo cuando estamos en nuestro ciclo menstrual; pero también puede pasar lo contrario, y es que el demonio sí se nos salga. Acepto que somos una especie totalmente impredecible y eso es lo que nos hace fascinantes, aunque no me atrevo a generalizar, hay algunas con las que sí se sabe qué esperar. No entraré en detalles.

También es verdad que las mujeres nos vestimos para nosotras mismas, a nosotros nos gusta exhibir que tenemos mejor ropero que las demás, y entre más ropa tengamos, quiere decir que más plata y mejor gusto tenemos, o más endeudas estamos; igual, no importa, porque así mismo estrenamos la ropa para mostrarla a ellas, entre mujeres no se vale repetir. Y es así de simple porque los hombres nunca se fijarán lo suficiente en la ropa que llevamos, sino en el reloj para el momento de quitárnosla. Así que, tranquilas, pueden recibir "la visita" en pijama, y entre más piel muestre, mejor (para él).

Principalmente, el diablo se nos sale cuando estamos borrachas, cuando nos sacan el mal genio o cuando nos rompen el corazón, y es peor cuando se mezclan. ¡Todos los hombres tienen la culpa! Ya que ninguno se toma la molestia de demostrar lo contrario o, en su defecto, nos fastidia que lo hagan. ¡Oh, sí!, el fastidio está incluido en uno de esos sentimientos que creamos en contra de los hombres.

Una noche de tragos entre mujeres despechadas se vuelve el homicidio ideal y la creación de un nuevo glosario de insultos. Y es peor el asunto cuando vemos una de esas películas románticas gringas que son basadas en libros de Nicholas Sparks donde el amor trasciende pro encima de todo; al final, terminamos llorando de la rabia ya que sabemos que ningún hombre expresaría un amor así después de cagarla al rededor de 6734 veces, casi al punto de saber que va a perder a la única mujer que estuvo ahí para soportarlo todo. Piénsenlo.

Y maldito el día que a Dios se le ocurrió sacarnos de una costilla de un hombre, desde ahí empezó esa petulante superioridad sobre nosotras que aún no terminan. Se creen tan fabulosos que sus tusas/desamores/despechos duran 15 minutos nada más (ante el mundo) hasta el próximo fin de semana que se emborrachan y empiezan a llamar y a decir estupideces que al otro día ni van a recordar. De igual manera, que son tan espectaculares que pueden escoger dentro de una gama de mujeres que están detrás de él y uno debe agradecerle el tiempo dedicado. Para saber que al final uno termina alejándose, consiguiendo otro (mejor, preferiblemente), y ahí empiezan a decir (borrachos, ya que esa es su especialidad y la forma en que mejor les sale las cosas): "tu felicidad es simplemente una fachada, deja de aparentar, sonreías más a mi lado", "¿te acuerdas de la vez que... (y ahí salen los recuerdos nostálgicos)", "me haces falta, veámonos ya (y son las 3:00am)", "estoy enamorado de tí (después de muchos meses pasados ya)", etcétera, sé que tienen muchos más.

Aunque yo también defiendo a aquellos hombres que se encuentran con esas garrapatas intensas y esas guionistas de Hollywood que se inventan una película por cada segundo que está lejos de ella. La película no sólo tiene antagónica (que es la zorra trepadora que nos está bajando al novio), sino que también tiene posibles levantes y excusas por lado y lado de todo tipo, ¡es asombroso! Aquellas que no dejan de llamar, de textear, de enviar PING por Blackberry Messenger cuando el hombre está intentando subirse el cierre del pantalón después de orinar mientras le escribe a la novia todo aquello que hace es lo peor que le puede pasar al ser humano que ama su libertad. Entiendo, sí, lo comprendo totalmente. Eso no es vivir, es estar bajo un dictadura donde el poder coercitivo es el miedo. Aunque no me molesta que nos tengan miedo, pero no bajo esas circunstancias.

Aquí no tocaré el tema del amor, porque a veces ni siquiera importa para que uno u otra lo pongan por encima de todo. Aquí lo que importa es hacer sentir celos al otro para que así podamos ver lo que siente el hombre. Las mujeres somos muy expresivas en cuanto al amor, y no sé si será cuestión hormonal -y la verdad no me interesa- pero los hombres tienden a reservarse lo que sienten y muy seguramente es porque les da pena que sus amigos los vean enamorados. Ahí el diablo femenino se sale cuando uno se harta y "deja de mostrar el hambre" alejándose: comentario que más de un amigo me ha dicho, el cual, para los hombres entre más famélica esté, más lejos de ello se encuentran.

Aquí los dejo, no sin antes decirles, hombres, que está bien no tratar de entendernos, porque el ser humano en su totalidad nunca ha logrado entenderse, ya que usualmente creen que merecen algo mejor, pero cuando no lo encuentran (cosa que casi siempre pasa), siempre terminarán volviendo a lo básico.

miércoles, 11 de enero de 2012

Memorias de Ana Lucía

Las memorias de Ana Lucía fueron escritas el 20 de septiembre de 2011. Me encontré con los más grandes temores, el amor a la vida más oculto jamás visto y el odio al sufrimiento, pero el más grande terror al amor, la pureza de la luz de los ojos y la veracidad de nuestra alma cuando nos hablamos a nosotros mismos.

"Me llamo Ana Lucía, pero hoy no sé quién soy realmente, sin embargo, sí sé lo que siento. Me miro al espejo y veo miedo; al principio sólo veo unos ojos grandes llorando desesperadamene pidiéndome algo a gritos, pidiéndole cosas a este interior. Todos ven lo que hay afuera, lo que se ve por encima, lo que no permito que mis ojos muestren. Así, cada vez más me aferro a algo y noto su ausencia, me desborono, tengo miedo de no poder hacerlo sola... Y no quiero sentir más miedo, me quiero desprender de él, despertar por fin. Tengo miedo de seguir aferrada posesivamente a todo lo que amo, a aquello que me enamora, pero que no se enamora de mí. Quizás, y es lo más probable, no sé cómo amar. No sé como amar como él, como ella, como tú, sólo sé que este amor no se parece a nada de lo que yo solía sentir. Es desesperante sentir esto, desasosiego, soledad, no protección, no amor. 

No estoy ahora en mi equilibrio, lo he perdido. Todo el tiempo estoy cuestionándome a cerca del amor, y la verdad es que me da miedo acceder a él, tantas veces lastimada, herida sin razón, que me da pánico. No entiendo por qué siento esto si el amor nos lleva a cometer las locuras más felices, el Amor no sabe fallar, pues es aquél que hace vivir pero que lo limitamos con el temor de que dure poco. ¡Qué ridículos somos! Sin embargo, yo temí eso, no me sentí lista para amar y hasta ahora entendí que el corazón siempre está listo para amar.

Pues hoy decido renunciar al miedo, desconectarlo de mi mente, no querer sufrir más porque este sufrimiento yo misma lo he provocado en mí con mis miedos y barreras, muros inútiles y distantes. Este cansancio se traduce a lo que menos quiero. Es imposible quedarme sin amor, si es que siento que ésta es mi palabra... Amaré sonriendo.

Y aquí sigo yo, mirándome al espejo. Veo una mujer llena de dudas de sí misma, cuestionándose a sí misma de si todo lo que hecho ha sido suficiente para ser feliz y amarse, pero no sabe que más que todo es poder sentirlo dentro de ella, pobre de mí. Ojos: sé que se han cansado de llorar por pensar tanto, por calcular cuán grande es el dolor... pero siéntelo. Ser: es la hora de hacer, de sentir, de llamar dentro de sí, a la mierda eso que llaman el individualismo cuando sabemos que hay amor en cada respiro de cada ser, ser tú, ser yo, seremos.

El problema está en que cuando pienso que ya no tengo más miedo, siempre llega algo a derrumbarme la idea, ya que todo lo que me hace feliz se va a alejando poco a poco de mi -o creo que yo misma lo alejo, no sé bien-, y me confundo. Tan sola me quedo. 

'Cuando me quedo en silencio apareces siempre tú'. ¿Quién es ese 'tú'? Supongo que es Amor. Quiero que sea ella, él, yo. Tan bonito que es el amor cuando no lastima. 
-Pero cállate, si el amor nunca lastima, sólo te lastima cuando haces de ese amor algo de poseer, cuando no es libre, cuando no se le deja expresar cómodamente y lo forzamos. Si esa es tu concepción del amor, entonces no hablamos del mismo- Le dijo su alma.
Amor, siempre tan a tiempo a la hora de juntarnos, pero también de acercarnos a nosotros mismos. He querido llegar hasta esa línea de la libertad. Mierda, lo haré.

No sé cuánto tiempo ha pasado, creo que algunos días... miento, son minutos, no sé con exactitud. Me miro al espejo una vez más y creo que ha llegado la hora de hablarme: 
-Quien quiera que seas, lo tienes todo, no te entiendas, no trates de hacerlo más, sólo estás viviendo.

Tiemblo de la ansiedad por conocerme de nuevo".