Me acerco a tí, descubro
una oleada de agonía. Maldita nostalgia, no precisa momentos, siempre tan
inoportuna. Descubro un sollozo más allá de mi pesar, de mi sentir, sólo pasa a
través de mis oídos como un chillido cualquiera. Me siento igual que tú, pensé.
Estamos sentados en ése que solía ser nuestro sitio favorito, ahora no sé si
ella lo recuerde. Yo, como desde que lo prometí, aquí estoy. Pero más allá de
eso, sigo esperando a que vuelvas. ¿Adónde te has ido? De nada me ha servido tu
cuerpo -tan falaz pero tan precioso, tan frío pero delicado- si no tengo tu
ojos. Esos ojos conscientes de mirarme, de precisar que soy yo.
Decido levantarme, sé que no volteará a mirarme esta vez. Desde hace
meses o años, no sé bien ya, que no lo hace. El tiempo se ha vuelto tan
efímero. Aún recuerdo la primera vez que la vi, y no quisiera exagerar, pero
fue casi una aparición angelical y supe entonces que tenía que conquistarla.
Llevaba ese pelo largo y negro que le hacía ver en esos ojos toda la dulce
profundidad de su ser. Unos labios que parecían pintados con jugo de cereza.
Tuve hasta el tiempo suficiente para admirar sus delicadas manos, de ver cómo
se jugueteaba el pelo con ellas, cómo las entrecruzaba ansiosa cuando nuestras
miradas se encontraban. Pasé años abriendo los ojos a su lado, despertándola
con mil caricias para invitarla a amarnos, dejando que me acariciara todas las
mañanas mi espalda, dejándola con un beso de ilusión de encontrarnos al
anochecer.
Opté salir después de dejarle su porro armado -quizás hoy no lo bote
por la ventana- y de darle uno de los besos que tanto le gustaban y que yo poco
la complací cuando recordaba. Me acerqué
al café de siempre, al mismo asiento de la barra de siempre, a pedir casi lo
mismo de siempre. Uno no recuerda el día en el que la vida se vuelve tan
monótona, pero sí recuerda el hastío que le tenía cuando era apenas un joven.
Supongo que desde que Amanda me dejó. No recuerdo bien.
-¿Cómo está Amanda hoy?- Pregunta Sara, la mujer que me atiende en
Bocanada de Café desde hace algunos años ya.
-Igual que siempre.
Hubo un breve silencio.
-¿Le sirvo lo mismo de siempre?
-Sí.
Esa bebida de siempre, de todas las mañanas, era un café colombiano, no
tan exquisito como muchos piensan o algunos esperaríamos. Un café oscuro como
la noche sin luna. Más amargo que el pasado no deseado. Bueno, la verdad no sé
si es que sepa realmente así, pero a mi me sabe a tierra. A veces pintaba bien
cuando Sarita sonreía, y hoy no era un día de esos. Ni interés tenía yo por
preguntarle qué le pasaba, siempre estaban más presentes mis problemas, mis
desgracias, mi Amanda y su distancia.
Aún recuerdo el día en el que Amanda y yo pisamos el mundo de Bocanada
de Café. Sarita era nueva. Trabajaba como mesera en ese entonces. Llevaba
puesto uno de esos delantales que hacen ver a las mujeres sexis y con el que
muchos de los hombres deliramos esperando a que nuestra mujer nos haga un
baile, nos desfile, algo. Tras la blusa podían detallarse la punta de sus
pezones y el redondo de sus senos jóvenes. Aún siguen siendo tan bellos como la
primera vez. Por supuesto, Amanda nunca tuvo nada que envidiarle. Ella era y
sigue siendo la mujer de mis ojos, así ella ya no sea consciente de eso.
Me bebí de un sorbo el café y cogí el periódico. Dejé sobre la mesa la
propina que siempre le dejaba a Sarita. Sabía que me miraba de reojo, pero no quise hacer caso; desde hace muchos años que no hago caso a otras miradas. Me levante y partí hacia la plaza principal del barrio.El periódico siempre resultaba contando las mismas historias pero con
diferentes actores, las mismas tragedias que permitían que los protagonistas se
intercalaran. Igual, ya nada me sorprende por estos días.
Era casi medio día y el tiempo me avisaba de debía volver a casa. Por
menos que quisiera, tenía que volver. Ver a Amanda, intentar besarla o siquiera
acariciarla, persuadirla para que se dejara besar. Regresé al ático en el que
hemos compartido los últimos veinticinco años desde que decidimos venirnos a
este país de mierda. Al llegar al piso, me sorprendió escuchar a través de la
puerta los gritos y golpes que venían del interior de la casa. Abrí la puerta y
Amanda estaba totalmente loca, con la cara aruñada, el pelo electrocutado, su ropa
rasgada sobre el piso. Logré detallar algunos vidrios esparcidos por toda la casa, espejos deshechos.
Una casa que no parecía la mía. Corrí a abrazarla y por más que se resistió
logré rodearla con mis brazos y apretarla para que se tranquilizara.
-Quiero que te vayas.- Murmuró entre dientes.
-¿Qué has dicho?
-Que quiero que te vayas Ignacio.
-¡Estás hablando Amanda, estás hablándome!
Ignoré totalmente sus palabras. Después de tres años de no escuchar su
voz cualquier insulto hubiera logrado sacar la misma sonrisa que me produjo
escuchar esa voz. Ronca y tenue voz que tanto me fascinó. Sobre todo escucharla
mientras hacíamos el amor y nos consumábamos en un mar de deseo y juego de
palabras para seducirnos. Empezaron a brotar lágrimas de alegría sobre mi
rostro y sin pensarlo me impulsé a besarla, pero no contaba con que Amanda
lograra zafarse de mis brazos y, de paso, me dejara con la boca estirada.
-Realmente quiero que te vayas Ignacio.
-¿Pero de qué hablas?
-Pensé que si prologaba este patético estado, terminarías por irte algún
día. Pero no, hoy se cumplen tres años desde el día que se fue lo único que nos
ataba. Tener que encerrarme en esta maldita casa, tener que contenerme a
hablarte, a decirte lo poco que ya significas para mí. ¿Para qué sigues aquí?
Muchos años rogué ser el centro de tu mundo y cuando decido, quizás
cobardemente, convertirme en un estorbo y una insignificancia, no te apartas de
mí y no me dejas respirar. Me asfixias Ignacio. Y quizás el pasar todos estos
años sin pronunciar una palabra a algún conocido me ha hecho íntima de la
locura, ¡y me encanta! Ahora te pido que te largues, no vuelvas, no te
necesito, nunca te necesité. Lárgate.
Me consumió un dolor intenso. De un momento a otro toda mi alegría se
había ido tan fugazmente como había venido. Estoy soñando, pensé. Me dirigí
hacia al baño a lavarme la cara, dejándola sola en el balcón. Me froté los
ojos, me halé las pestañas, me pellizqué los cachetes. ¿Qué demonios era esta
payasada? Salí lleno de coraje, corrí su mecedora y la levanté de un solo
tirón.
-¿Cómo es posible que me hayas engañado todos estos años?
-Ha sido muy fácil. No soy tan idiota como pensabas. ¿Y cómo te atreves
a hablarme de engaño? Después de enterarme de que me engañabas con tu Sarita,
decidí volverme un vegetal, un completo estorbo. No podía irme dejándote mi
orgullo, mi dignidad, aunque creo que ya los he perdido totalmente. Desde que
tenía veinte años me entregué totalmente a ti Ignacio, y aunque siempre fui tu
amor, nunca fui la única. ¿Por qué nunca te largaste? ¿Por qué no me botaste en
una clínica? Era tu momento para que te quedaras con ella y por una vez en la
vida me dejaras ser libre… libre y sola.
-Pero Amanda... ¿cómo es que nunca me dijiste que sabías lo que teníamos
Sara y yo?- Dije bastante avergonzado y al mismo tiempo impactado por lo que
estaba pasando.
-Ignacio, sin darme cuenta, llegué a tal punto en el que no podía alejarme
de ti voluntariamente. Al rectificar que mi amor seguía siendo tan
insignificante como para que me brindaras todo tu ser, y me refiero a mente y
cuerpo, decidí volverme todo lo que siempre odiaste y brindarte lo que menos
querías de una mujer. Quise volver tu vida aburrida, monótona, y desgraciarte
con la compañía de la miserable en que me convertí. Y todo se mezcló con la
tristeza. Dejé de hablarte, de mirarte cuando me mirabas, de atenderte, ya no
me merecías. Sigo preguntándome, ¿por qué nunca te fuiste?
-Pues… es claro, eres parte de mi vida, nunca te abandonaría.
-¡Insolente!- Se levantó dirigiéndose a la habitación, abrió el
compartimento que daba al gran armario que una vez me hizo construir para ella
y sacó sus valijas. –Sabía que no te atreverías a largarte, cobarde. Así que me
voy yo.
-Pero adónde te vas a ir Amanda. Hace tres años que no hablas con nadie,
no tienes dinero. ¿Qué vas a hacer de tu vida?
-Ese dejó de ser tu problema desde hace mucho tiempo.- Podía sentir la
rabia en sus palabras.
Amanda se fue con la única valija que tenía. Usaba el vestido de flores
ceñido al cuerpo que le desgarré en nuestra luna de miel en Ibiza. Me dieron
ganas de devolver el tiempo y nunca haber cagado lo más hermoso que tenía.
Todos los días me asomo por el balcón de este puto ático buscando a mi Amanda.
Todos los días salgo a buscar de entre todos los vestidos, uno de flores que
vista a mi Amanda.
Y ahora sólo me queda esperar que entre los que lean este relato, esté
mi amada Amanda.