martes, 10 de diciembre de 2013

Me quedo contigo.

Casi no recuerdo bien la última vez que lo vi. Creo que fue por las mismas fechas que dejé de escribir. No sé ni qué ropa traía puesta y la verdad es que lo imagino desnudo, como siempre me gustó. Lo que sí recuerdo son sus delicadas imperfecciones en su cuerpo que tanto me gustaba besar.
Evidentemente se fue toda mi inspiración, pero también mis deseos de vivir. ¡Qué absurdo! Yo pensando que si estaba sola tendría menos preocupaciones que añadirle a mi vida, pero ahora ésta es tan simple y vacía.

Ha pasado un buen tiempo desde que decidí marcharme lenta y silenciosamente de su vida. El ruido siempre alerta, y era mejor que nunca se enterara que mientras estaba con él físicamente, había un ser dentro de mí que prefería estar lejos... y así lo estaba haciendo. De repente, los dos estábamos tan lejos el uno del otro que confundíamos la realidad y aparentábamos que todo estaba bien. La verdad era que yo quería que todo estuviera bien dentro de lo fatal y ridículo que era seguir manteniendo esa relación.

Bueno, y ahora que ha pasado tanto tiempo, realmente no recuerdo bien la última vez que lo vi, en serio. Creo que era por esos días decembrinos donde el viento invernal y las lluvias marcaban los momentos. Todo se ve tan nublado, pero casi recuerdo que estábamos en la banca del parque de siempre sentados el uno junto al otro en silencio ya agotados de discutir por todo y nada -lo habitual en las relaciones. Y ahora todo es tan difuso pero lo realmente certero es que yo jamás volví a sentir como cuando estaba con él. Aún no logro decidir si esto es bueno o malo; pero sí entiendí, y mucho me costó, por qué era él quien me hacía vivir tantos sentimientos al tiempo: pasar del amor al odio y del odio al amor, del cariño al fastidio y del fastidio al deseo, de la rabia a la tolerancia y de la tolerancia al amor, y volvíamos al mismo ciclo.

Él simplemente era un amor más de mi vida quien tenía que enseñarme el lado oscuro de los hombres, pero jamás del Amor. De él era quién debía aprender que para combatir la soledad era mejor ser amantes en la cama y amigos ante los demás. De él también aprendí que jamás necesité combatir la soledad, pues con ella soy la real yo, una que pocas veces él logró ver.

Hoy, después de mucho tiempo de no verlo, espero que no se sorprenda en nuestro encuentro al ver que hay más cambios internos que externos, y que uno de ellos es mantenerlo en mi vida como el gran amor que siempre fue, como mi gran amigo que quiero conservar.