sábado, 31 de marzo de 2012

Sueños lúcidos.

Eran las 12:05 AM y ella no podía conciliar el sueño. Daba vueltas en su cama, se arropaba, desarropaba, se enrollaba en las cobijas, se fastidiaba de la incomodidad de las almohadas. Miraba el reloj del celular y veía cómo pasaban los minutos y ella ahí, esperando a que Morfeo la recordara un poco, la tuviera en cuenta esta noche. Pero más allá de esto, estaba presente lo que había pasado en el día.

A las 2:26 PM se encontraron en el restaurante preferido de los dos. Él la había citado bajo las siguientes palabras: -No creo que aguante hasta el fin de semana para que nos veamos, ¡quiero verte ya! ¿Qué te parece si vamos a almorzar a donde siempre? Tengo algunas cosas que decirte.
Era más que obvio que ella diría muy emocionada que sí, siempre amó los detalles sorpresivos de él. Cuando ella llegó, él ya estaba ahí, en la misma mesa, en el rincón al lado de la ventana; ese rincón donde ella siempre pensó que se podían besar y nadie los vería, la verdad es que sobre ellos había una cámara de seguridad y los que trabajaban allí siempre se deleitaban con los manoseos de estos dos.

Todo empezó con lo habitual: un beso en la boca, medio abrazo, un "siéntate, ya pedí de beber", algunas risas; sin embargo, ella notó un poco de incomodidad en sus acciones, un poco de distancia en sus caricias, un poco más de sequedad en sus palabras.

- Bueno, ya fue suficiente, hemos terminado de almorzar y durante todo el almuerzo has estado muy raro: no me cogiste la pierna como siempre lo has hecho, no me has mirado a los ojos cuando te cuento mis cosas, no has querido contarme cómo has estado. ¿Te ocurre algo? ¿Quieres decirme alguna cosa? - Se decidió a romper el hielo, pero él sólo agachó la cabeza y titubeando respondió.
- Sé que me conoces bien, por eso mismo te has dado cuenta que algo no anda bien conmigo. Este almuerzo, más que un encuentro más, es una confrontación contigo y lo que siento por tí. No soy de los que piensa tanto en el mañana, suelo pensar sólo en el presente y disfrutar, disfrutarte; sin embargo, mi presente ha cambiado un poco, o mejor, lo que quiero de él.
- ¿Qué quieres decir? - Preguntó desesperada por saber qué era lo que le ocurría.
- Dudé mucho en decirte que nos viéramos para hablarte de esto, no es fácil, para mi has sido una mujer espectacular que ha compartido cosas de mi vida que ninguna otra se midió a hacer. Has sido mi compañía en la gran mayoría de mis cosas y por eso dudé tanto. Sin embargo, siento que en estos momentos de mi vida no me siento preparado para tener una relación tan cercana, quisiera poder darte todo de mí, pero siento que estoy dejando casi todo en tus manos. Esta decisión es independiente de lo que siento por tí, pero quiero que comprendas que no te estoy dando todo lo que quisieras recibir y que esto se ha vuelto más serio y cercano de lo que una vez imaginé. Momentáneamente siento que no puedo y se me sale de las manos y por ello es que me alejo y....
-¡Para! No siento que debas decir algo más.

Ella ya sabía, lo intuía, no dijo más, lo cogió de la mano y con la mirada le dijo cuánto la amaba pero que ella también decidía no arriesgarse más. Se levantó, él al mismo tiempo. Salieron juntos y sus manos se separaron a la salida.

1:09 AM. Se sentó en su cama en posición de meditación pero sin ánimo de meditar. Su propósito era pensarlo tanto para así poder dormir y poder soñarlo, vivirlo una vez más. Dicen que para tener sueños lúcidos se debe preparar el cuerpo, la mente, tener una posición adecuada, una técnica específica y que se puede durar mucho tiempo trabajando en ello. La verdad es que ella nunca pensó en tal cosa, sólo tuvo la disposición, las ganas y el amor suficiente para hacerlo.

Él siempre había dicho que nunca soñaba y que soñar era vivir la vida no vivida, ¡pues eso era lo que ella quería! Vivir lo que nunca vivió con él.

Se encontraron en ese mar de flores, una tierra inhabitada por otros humanos, sólo él y ella y unos cuantos animales haciendo parte de la fantasía. Se posaron uno en frente del otro, no dijeron nada, sólo admiraron su desnudez, se acariciaron prolongadamente, se besaron cada milímetro de sus cuerpos, se olieron apasionadamente, de vez en cuando sus ojos se encontraban y sus bocas sonreían de placer. Hicieron el amor como siempre, con el alma, con el corazón, con los hemisferios cerebrales enfocados en conocerse y amarse. Al terminar, se abrazaron, se consintieron, se dijeron lo que nunca se habían dicho -eso sí nunca había pasado; ella pensó-. Y así se despidieron.

Muy seguramente él soñó lo mismo, ya que al otro día ella recibió un mensaje que decía: "Me encantó hacer el amor contigo todo este tiempo".

sábado, 3 de marzo de 2012

Pobre hombre, malditos vicios.

-Esta es una historia un poco lánguida, un poco desamparada, pues tiene un poco de mí-. Empezó a decir aquél hombre ebrio de alcohol en esa cantina llena de penas, de dolores, de música que escarba los más tristes sentimientos y los saca como si nada. Todos los días lo veían llegar, con su traje de paño, cansado del trabajo pero siempre dispuesto a refrescar la garganta y a ahogar las penas. Siempre lo veían tomarse 2 o 3 cervezas o algunos tragos más fuertes hasta quedar inconsciente, insultando a los demás, hablando solo o con su conciencia. Lo veían salir tambaleante, confundido por el licor, perdido en su soledad. Y se iba manejando su tímido carro, pero siempre volvía. 

Nadie podía explicar su transformación. Se volvía un completo demonio. Humilló, golpeó, maltrató, lastimó a sus más grandes amores, a sus tres mujeres: su madre, su esposa y su hija. Cada una se fue yendo con el tiempo de su lado, una por la vejez, otra por amor propio, y la otra se la llevó la muerte.

Esa noche como todas se fue a beber, a perder toda razón, toda consciencia, toda sobriedad. Esa semana siempre se despertó sin saber qué había ocurrido la noche anterior, sólo estaba en su casa, con gran resaca, madrugando para cumplir con su trabajo. Cuando decidió partir, no podía ni decir su nombre con claridad, estaba totalmente perdido. Subió las escaleras de su edificio entre maldiciones a las mujeres y hostiles pasos que procuraba dar sostenido de las paredes. Abrió brúscamente la puerta y así mismo cerró. 

-¡No recuerdo más y tampoco quiero recordarlo!- Gritaba fuértemente, y se sentó a llorar. -Sólo recuerdo que desperté como todos los días y me levanté dirigiéndome hacia el baño y la vi en el pasillo, pálida, sin calor, sin brillo en sus ojos, retorcida entre la sangre. ¡Maldita sangre! Era abundante, estallada en las paredes, en el piso, en todo lado. Yo traté de limpiarla, de despertarla, tenía que ir a estudiar, pero ella no respondía...

Él nunca recordó cómo fue que la mató ya que no se permitía un momento de sobriedad para recordarlo. Nunca paró de beber, nunca paró de llorarla, nunca paró de despedirla entre sus tragos y sus lágrimas saladas. Nunca dejó de amar el trago y de odiarse por lo mismo. Con los años ya lo habían echado de todas las cantinas cercanas a su trabajo o a su casa, ya no tenía familia, amigos, trabajo, nada. Su único espacio era su cuarto del que no salía sino para comer algunas sobras, algún queso con moho; para defecar todo su veneno que ya había matado su corazón. 

Eventualmente, una dama que siempre le quiso brindar su cariño nunca lo desamparó. Le llevaba su alcohol -que él llamaba medicina-, comida ya preparada y lo ayudaba a bañar y a afeitar. Siempre llegaba con la ilusión de encontrarlo vivo, de hablarle, de ayudarle; pero ni ella ni nadie se dio cuenta que él murió cuando su hija partió y que lo único que estaba haciendo era ayudarse a encontrarse con sus ángeles: María, su hiija, y Alcira, su madre.