jueves, 21 de junio de 2012

Rebecca.

Voy en un bus y con mi mirada hacia la calle voy observando a la gente hacer su vida fuera de la ventana. Voy recordando esos momentos en los que he visto la envidia en las miradas de las otras mujeres y también he recordado los comentarios que han llegado a mis oídos acerca de lo que ven las demás en mí. Comentan entre sí, y le divulgan a los hombres, que soy una mujer que tiene como herramienta de seducción la coquetería, que intento conquistar a hombres ajenos y exhibo mi belleza sin ningún pudor, concluyendo así que no soy una mujer de fiar. 


El bus se detiene y así mismo mis pensamientos y me río entre dientes, maldiciéndolas al mismo tiempo. Soy una mujer a la que le gusta la atención, ¿qué tiene de malo?, me gusta que me observen, que me miren de arriba a abajo, que los hombres se intriguen por saber quién soy, que me estrechen la mano fuértemente cuando me saludan. Me gusta enloquecerlos a todos, ¿por qué no? No soy de nadie, pero me gusta estar con todos... y ya ése no es mi problema. 


Confieso que no puedo evitar imaginarme a la gente que está más allá del vidrio de este bus haciendo el amor entre sí, algo así como una orgía donde todos calman sus placeres para calmar mi morbo. Mi mente es un poco lujuriosa para aquellos que son adictos. No creo ser la única que se imagina a los demás amándose sobre los andenes, revolcándose entre sí sobre el mugre de las calles, sin importar que los vean. Los imagino pero no quisiera ser yo quien jugase ése papel. Disfruto el rol de observadora. 


¿Mi vida? Ella ha girado en torno a los hombres y siempre será así. Pero no soy una mujer que ofrece su cuerpo a cambio de dinero; sencillamente yo no ofrezco mi cuerpo. Mi cuerpo y mi sexo, como instrumento material y pasional de mi ser, es algo que pocos pueden tener el privilegio de vivir. Aún así, no soy egoísta con mis miradas y mis sonrisas. Y, bueno, los hombres son para mí lo que las mujeres somos para ellos. Me comporto con ellos como ellos se comportan con las mujeres. Juego el mismo juego de seducción que ellos usan con las mujeres. Es sencillo.


Miro el reloj y me doy cuenta que, como de costumbre, voy tarde. Ya es un hábito, no sólo en mí sino en la mayoría de los colombianos... y es aún peor con el tráfico de Bogotá, así que vuelvo la mirada a la calle y evito alimentar el desespero. 


En lo que más pienso es que entre más hablen de mí, más disfruto yo de la publicidad que me hacen. Me ha funcionado que la intriga incite a los hombres a acercarse a Rebecca, a mí. Para infortunio de ellos, no siempre puedo darles lo que quiero, aquí siempre la que decide soy yo... y esa es la medicina que despierta la envidia de las demás. 


Sonrío entre abierto mostrando un poco los dientes y apenas el bus se detiene, observo a lo lejos un hombre común como cualquiera que se detiene a esperar su transporte. Intento buscarlo con la mirada consiguiendo así robarle un poco de su atención. Le sonrío y lo sigo mirando. El bus arranca y mi cuello gira mientras el bus va avanzando y así mismo, con cada segundo que pasa, lo voy perdiendo. Tenía unos ojos tan grises como aquellas nubes que están que explotan gotas en lo alto. Volteo hacia el frente y me encuentro con que la siguiente parada es la mía. Me levanto del asiento y timbro. Me bajo del bus y camino feliz, sonriéndole al que esté enfrente mío. 

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